La desigualdad es la miseria del ser humano. Nuestro gran fracaso. No obstante, seamos valientes y digamos a las cosas por su nombre, ni somos iguales ni queremos serlo. Me di cuenta de ello al poco de nacer mi hijo cuando un amigo muy sabio me aconsejó que dejara de buscarle parecido, que ni al padre ni al abuelo ni al tío, que mi hijo, como el tuyo, es único.
El milagro de la vida, de existir, sería esa capacidad de crear personitas únicas e irrepetibles.
No esperéis que esto siga por el mismo cauce que el famoso artículo escrito por Rajoy en el Faro de Vigo cuando era presidente de la diputación de dicha provincia gallega. Allá por los 80. Un panfleto de ideas liberalísimas en el que se da aires de intelectual y se atreve a decir sandeces tales como que el “objetivo de incentivar la participación estatal en la economía es el de satisfacer la envidia igualitaria”. Y es aquí cuando yo le doy un giro de 360 grados a mi discurso. (Por cierto, aprovecho para reivindicar mi desigualdad a este señor tan generoso e inteligente.) Fin de la cita.
Rebobinemos: Iba yo por lo de que “Digamos a las cosas por su nombre, ni somos iguales ni queremos serlo”. Las personas no somos iguales en el sentido más amplio pero sí ante la ley en los países democráticos. Tod@s deberíamos poder ejercer los mismos derechos. Tod@s deberíamos tener las mismas oportunidades. Pero las mujeres no gozan de las mismas oportunidades que los hombres, ni los chicos del Raval que los de Sarrià ni los vecinos de las zonas rurales que los de los núcleos urbanos. La desigualdad aliada con la discriminación es una lacra injustificable.
Bien pensado, el milagro de la vida, de existir, sería ese sueño de crear personitas libres de condena. Una condena que muchos traen bajo el brazo y que probablemente les impedirá disfrutar de la unicidad deseada o no (la condición de ser únicos ), aunque, y porque, la desigualdad la tienen garantizada.
Elefant a la sala 