Hace cosa de dos años, mi hijo, nuestro hijo, cambió el rumbo de la historia política argentina. Se cargó en un instante toda la mística que el Peronismo escondía para los europeos y la poca reputación que le quedaba entre los argentinos.
Los del viejo continente todavía estamos obsesionados con las izquierdas y las derechas. Pero de peronistas hay en todas partes, hasta en la sopa. De inexistente vínculo ideológico que justifique el amplio paraguas que les cobija a todos, el Peronismo resiste gracias a la ambigüedad de su posicionamiento político. Y aquí, sin nostalgia de lo que fue, porque nuestro cerebro europeo no está programado para ello, no dudamos en darlo por muerto. DEP
En Argenzuela la ‘jegua’ ha logrado arrastrar por el lodo lo bueno, si hubiere, de su querido Peronismo, tan argentino, tan suyo. Tenéis que dejarlo ir, pasar página y mirar al futuro sin ese lastre.
Y eso no lo digo yo, lo dice uno que lleva corbata en Georgetown y que escribe en El País.
“Tu hermano, el peronismo”, le dijo nuestro hijo absorbido en el juego imaginario a un playmobil. Y en ese preciso instante el peronismo perdió la mayúscula.