La conmoción general, y la particular de cada uno, ante barbaries como la ocurrida este fin de semana en París, es indudablemente sincera, sobrecogedora, dolorosa, solidaria y, sobretodo, corta.
La empatía nos dura poco. La vida sigue, nuestra vida sigue y con el paso del tiempo, la memoria selecciona. De otra manera, vivir sería un calvario.
En paralelo, nos invaden el miedo y el odio. Vienen de la mano. Para quedarse. Y nuestro terror y miedo se apoderan del sentido común y decidimos, sin ni siquiera mirar, que todas las manzanas del cesto están podridas.
Nunca seremos monstruos capaces de matar al grito de nada, pero nuestro odio general, y el particular de cada uno, hacia todo el colectivo musulmán, también mata.