No es la injusticia el peor pecado del capitalismo, sinó la maldad. La injusticia social es una consecuencia inevitable de un sistema económico basado en los principios liberales y ajeno a las políticas proteccionistas de los estados. La maldad, sin embargo, tiene el nombre y el apellido de aquel que toma decisiones premeditadas para enriquecerse a costa de la miseria de millones de personas.
Y la maldad es doblemente maldad cuando el que la ejerce decide sembrar la idea de que el destino fatal de esos millones de personas, despojadas de su vivienda y de su dignidad, es fruto de su propia irresponsabilidad. Así es como se asumió en su momento la barbaridad de teoría de que la culpa de la crisis debía atribuirse a aquellos que una vez cometieron la osadía de creerse ricos.
Y es que la maldad del capital no conoce límites. Léase entre líneas que estoy hablando del último episodio mediático protagonizado por Caixabanc y Banco de Sabadell. Con el objetivo de blanquear su denostada imagen en Cataluña (desde que anunciaron el traslado de sede) y de recuperar simpatías entre las nada despreciables filas independientistas, ambas entidades han hilvanado una historia para pasar de traidores a víctimas. La cosa es que ha aparecido un artículo en el que se ‘desvelan’ las fuertes presiones que los bancos recibieron de Madrid, con la retirada de ingentes cantidades de dinero público.
Un relato construido por brillantes profesionales de las medias verdades a golpe de talonario, con la inestimable colaboración del diario Ara. Dicho esto, el discurso cojea ya que aceptamos como verdad universal de nuestra era que es el capital, y no el poder político, el que mueve la batuta en España y en todo el planeta.
Cuál caciques del siglo XXI, los bancos mandan hoy en el mundo. Si embargo, aquí resiste un espíritu crítico que se dice asimismo, seguramente en un gesto de autoegaño bastante patético: ‘En mi hambre mando yo!’