La palabra contenedor se está repitiendo mucho estos días. Y a mi se me ocurren un montón de ideas mezcladas y de metáforas providenciales.
Según la RAE, el término contenedor tiene básicamente dos significados: el primero, en forma de sustantivo, es el que nos viene a todos a la cabeza. Esto es, un recipiente en el que se depositan residuos de diversa índole.
El segundo, no tan descaradamente apreciado por los manipuladores de la comunicación (que tienen como mantra aquello de que una imagen vale más que bla bla bla), pero igual de importante o más en todo lo que está sucediendo en Cataluña, es un adjetivo. Contenedor es aquello que contiene, es decir, aquello o aquel que reprime o modera una pasión, por ejemplo.
Más allá de los infiltrados, de la violencia, de los mossos y del pacifismo, palabras que suenan con insistencia, estamos ante una hermosa y lícita alegoría de los sentimientos de frustración, impotencia e injusticia que han aflorado esta semana en nuestro pequeño país. Tras conocerse las duras condenas que el Tribunal Supremo ha impuesto a los presos políticos independentistas, ha pasado lo que tenía que pasar, que los catalanes nos estamos quedando sin contenedores, en todas sus acepciones.